martes, 1 de mayo de 2012

La voz de Antígona.


“Antígona, en verdad, no se suicidó en su tumba, según Sófocles, incurriendo en un inevitable error, nos cuenta. ¿Podía Antígona darse la muerte, ella que no había dispuesto nunca de su vida?”.

Así comienza el Prólogo de La Tumba de Antígona, (1) obra teatral de María Zambrano, en la que nos presenta su versión de la tragedia clásica de Sófocles, Antígona, que pone fin al encadenamiento de desgracias y muertes del linaje de Edipo, y que resuelve el enfrentamiento entre las leyes de la ciudad y las leyes divinas ancestrales.

Tanto en la tragedia de Sófocles como en la de María Zambrano, Antígona, siguiendo su conciencia, se entrega a la muerte que proclama la ley para quien no la obedezca, al llevar a cabo un acto piadoso, un acto de amor para con su hermano Polinices, tributándole el ritual funerario que le niega el tirano por haber actuado contra la ciudad.
Antígona es encerrada viva en una gruta para ser apartada de la ciudad. Ese es su particular castigo y esa será la manera de salvarse, porque con su muerte antes de tiempo, dictada por el tirano de la ciudad, se convierte en una víctima, una víctima de su familia, por arrastrar inocente una culpa heredada, y de la ciudad, con su ley que pretende erigirse por encima de todo, incluso por encima de los dioses. Y ese sacrificio al que se entrega en nombre del sentimiento más piadoso, según el cual hay que honrar a los muertos y dejarlos descansar en paz de acuerdo con la voluntad divina,  la convierte, y de ahí su salvación,  en el paradigma de la conciencia individual, que está por encima de las leyes de los hombres y de los dioses.


En la obra de Sófocles, con plena conciencia de las consecuencias de su acto piadoso, Antígona persiste en cumplir su deber, ella sola: “Hermoso me es morir haciéndolo” y, tras reconocer su acto de desobediencia y defender sus principios basados en un sentimiento tan básico como es el amor fraternal y en el respeto a los dioses, -“No hay deshonra alguna en practicar la piedad con los nacidos de las mismas entrañas”, “ A pesar de todo, Hades quiere la igualdad ante la ley”, “No he nacido para compartir el odio sino el amor”-, es conducida a la gruta y allí, sintiéndose abandonada por los dioses, se suicida, dejando inútil ya el arrepentimiento del tirano, quien no puede evitar las desgracias que sobrevienen en su familia como consecuencia de la muerte de la joven.
Así, Creonte queda sólo, sin su hijo, sin su mujer, y permanecerá vivo para sufrir con amargura y recordar lo que el corifeo pronuncia cerrando la obra: “Con mucho, la sensatez es la primera condición de la felicidad. En las relaciones con los dioses es preciso no cometer impiedad alguna. Las palabras jactanciosas de los soberbios, recibiendo como castigo grandes golpes, les enseñan en su vejez a ser cuerdos”. Con Creonte la ley de la ciudad fracasa, pues se ha levantado al margen de las leyes divinas. Es una lección que debe aprender.


En la obra de María Zambrano, Antígona también está sola, pero no se le da muerte. En la soledad de la gruta se le concede tiempo. “Y, más que muerte, tránsito. Tiempo para deshacer el nudo de las entrañas familiares, para apurar el proceso trágico en sus diversas dimensiones”. En realidad, vuelve a nacer: es una nueva Antígona, un ave fénix que crece a medida que emerge su conciencia, que encuentra la luz a medida que se sumerge en la oscuridad de su interior.

La obra está distribuida en doce escenas, cinco monólogos y siete diálogos, precedidas por un prólogo extenso, que puede que tuviera un origen independiente de la obra y que posteriormente fuera adaptado para ocupar ese lugar.
En la obra de Zambrano Antígona está sola en la gruta y acuden a ella, en el tiempo que transcurre entre la luz del amanecer y la oscuridad de la noche, las sombras de sus familiares, de aquellos que participaron de la tragedia familiar.
Y Antígona allí, viva, habla; les habla a ellos para liberarse definitivamente de la desgracia que la une a ellos, para liberarlos a ellos también de la pena que arrastran hasta más allá de la muerte.
Habla con Ismene, su hermana, la cómplice siempre incluso por no hacer; con Edipo, el padre que no fue; con Ana la nodriza, que la devuelve por un instante a la ternura de la infancia; con su madre, Yocasta, con quien se reconcilia; con la Harpía, a la que llama “diosa de las Razones disfrazada”, “la araña del cerebro”, “enredadora”, porque le habla de los verdaderos motivos por los que está en la gruta, y a Antígona le duele; se le presentan juntos sus dos hermanos, Etéocles y Polinices, que siguen enfrentados, pero ahora sus palabras son las que revelan sus diferencias: Etéocles representa el inmovilismo, el oscurantismo, el poder preservado mediante la fuerza o mediante la aquiescencia divina, y en cambio Polinices representa la voluntad de un mundo nuevo, una ciudad nueva, una salida, un dejar atrás el pasado familiar con su ciudad, para comenzar, ya libres, una vida nueva sustentada en la verdad, y por eso atacó la ciudad, para buscarla a ella, a la hermana y marcharse juntos; acude luego Hemón, que murió por ella, tal vez la muerte más generosa de todas; Creonte la visita también, aunque sea para ejercer su autoridad nuevamente y pedirle que la obedezca, saliendo de la gruta, y redimirse él de su error.
Con todas estas sombras habla Antígona pero, sobre todo, consigo misma: sobre la ley de la ciudad, sobre el exilio, sobre el dolor y desgarro que provoca el destierro, que a ella  le tocó vivir con su padre, sobre la patria, “lugar donde se puede olvidar”, “porque no se pierde lo que se ha depositado en un rincón”, sobre el valor del errante para poder sostener el recuerdo de la vida pasada y hacerla presente lejos del hogar, sobre la vida, sobre la vida que vivió y la que no vivió, sobre las que pudo vivir pero que realmente ella no quiso. Entonces lo supo todo. Entonces se supo toda.
(Algunos fragmentos)

Gracias a ese momento concedido Antígona se descubre a sí misma y, en ese umbral entre la vida y la muerte en que queda, se convierte en una criatura que trasciende la historia de su linaje y la historia de su ciudad, y se manifiesta como una conciencia libre, intangible, una voz delirante que existirá mientras exista una historia familiar o una ciudad que exijan sacrificio.

He encontrado esta representación escénica de la versión de María Zambrano.

Aquí tenéis un poema de Jorge Guillén sobre nuestro personaje.



En cuanto acabemos de leer en clase Antígona, de Sófocles, vamos a buscar "las Antígonas" del  cine.
Veremos la película I Cannivali, de Liliana Cavani, la comentaremos en clase. Luego tendréis que encontrar cada uno de vosotros vuestra Antígona. Buscaréis un film en el que de alguna manera se reproduzca el esquema argumental de la tragedia clásica y redactaréis un post, explicando los paralelismos que hayáis encontrado y argumentando vuestra elección.




(1)
Fuente: 
María Zambrano. Obras Completas. III- Libros (1955-1973)
Edición dirigida por Jesús Moreno Sanz.
Barcelona: Galaxia-Gutemberg. 2011.


Fuente de las imágenes por orden de aparición :