La maestría de Platón para escenificar el lugar en el que se produce el encuentro entre Sócrates y sus distintos interlocutores, recreando el lugar y haciendo aparecer personajes que pertenecen no al primer plano de la escena , que sería la conversación propiamente, sino al fondo, al marco que ambienta tal encuentro, está más que demostrada por la multiplicidad de ejemplos que encontramos: la prisión en Critón y Fedón; los gimnasios en Lisis, Cármides y Laques; las casas de amigos en El Banquete, Protágoras, Gorgias, República; a la sombra de un plátano acariciado por una ligera brisa fuera de la muralla de la ciudad en Fedro.
En el diálogo Protágoras asistimos a una de estas recreaciones con extraordinaria brillantez, para darnos una idea de cómo los sofistas se relacionaban con una élite de la sociedad ateniense, y su presencia era requerida, para honra del anfitrión, en las casas de familias acomodadas.
Así , cuando entran Sócrates y su amigo Hipócrates en casa de Calias ven paseando en el vestíbulo a Protágoras, acompañado en su paseo, a su derecha, por el propio Calias, Páralo el hijo de Pericles y Cármides el de Glaucón, y a su izquierda por el otro hijo de Pericles, Jántipo, Filípides el de Filomelo y Antímero el de Mendes. Detrás de éstos les seguían atentos a lo que se hablaba extranjeros “de los que Protágoras trae de todas las ciudades” y otros de la ciudad. Y todos como si de un coro del teatro se tratara caminaban en armonía, y pendientes los de atrás de abrir paso desde el centro hacia los lados cuando los primeros mostraban intención de dar la vuelta.
En la parte opuesta del pórtico estaba sentado en un alto asiento Hipias, y en bancos a su alrededor sentados estaban “Erixímaco,el hijo de Ecúmeno, Fedro de Mirrinunte y Andrón, el hijo de Androción, y extranjeros, entre ellos algunos de sus conciudadanos , y otros”, que le hacían preguntas sobre astronomía.
Y en una habitación contigua , antes cuarto de despensa pero ahora dispuesta para la ocasión, estaba Pródico, echado en una cama cubierto de pieles y mantas, y junto a él, también echados sobre camas estaban Pausanias, Agatón , Adimanto, el hijo de Cepis y Adimanto, el de Leucolófides, y algunos más.
Y si no había poca gente en la casa, aún entraron después otros dos, Alcibíades y Critias.
Estos profesionales de la enseñanza itinerantes no tienen ningún reparo en hablar de su profesión , y se jactan de ello como privilegiados.
En varias ocasiones leemos que aclaran, a petición de Sócrates, qué son, y en qué consiste su arte, por lo que podemos pensar que para algunos no estaba del todo claro lo que hacían estos extranjeros que daban clases a los hijos de las familias acomodadas de la ciudad:
En Gorgias dice Sócrates: “dinos tu mismo, Gorgias, qué calificativo hay que darte y qué arte profesas”.
En Protágoras (312c) Sócrates pregunta a su amigo: “…vas a ofrecer tu alma, para que la cuide, a un hombre que es, según afirmas, un sofista. Pero qué es un sofista, me sorprendería que lo sepas…”
En el mismo diálogo el propio Protágoras del arte de la sofística dice que es antiguo , y quienes antes lo ejercitaban encubrían su actividad para evitar envidias y rencores con la práctica de otros oficios (unos con la poesía, otros con la música…) pero él , a diferencia de aquellos, reconoce abiertamente que es un sofista y que educa a los hombres.
En Protágoras ,328a, dice el sofista a Sócrates: “de estos creo ser yo uno y aventajar a los demás en ser provechoso a cualquiera en su desarrollo para ser un hombre de bien, de modo digno del salario que pretendo…”
Y leemos en Gorgias: “entonces, ¿hay que llamarte retórico?. Y buen retórico”-contesta Gorgias-“si quieres llamarme lo que me glorifico de ser…”
Por su parte, Sócrates siempre los elogia y ensalza sus cualidades, pero cuando los interroga y los hace entrar en su método inductivo para aclarar conceptos o ideas, los vemos enfrentados oralmente sin llegar a la aclaración de lo que se planteaba, de manera que el que queda peor parado es quien al comienzo se jactaba enormemente de sus excepcionales cualidades, o sea, el sofista.
Dice Sócrates al final del Hipias Menor, 376c,: “Y no es nada extraño que ande vacilante yo y cualquier otro hombre inexperto. Pero el que también vosotros , los sabios, vaciléis, esto es ya tremendo para nosotros…”
En Hipias Mayor queda en entredicho la autoridad del sofista ya que no ha sido capaz de aclarar a Sócrates qué es realmente lo bello, aún cuando defienda que lo bello es pronunciar un discurso y convencer con él a todos los que le escuchan. Algo similar le ocurre a Gorgias en el diálogo que lleva su nombre.
Y en el final del Protágoras, 361e, el sofista queda rendido ante Sócrates, pues el hilo de sus razonamientos los ha llevado a posiciones contrarias a las defendidas por ambos en el principio: “desde luego , he dicho acerca de ti, a muchos, que te admiro de manera muy extraordinaria …y digo que no me extrañaría que llegaras a ser uno de los hombres ilustres por su saber..”.
(Las citas están sacadas de la edición de Los Diálogos de Platón de la Bilioteca Cásica Gredos, salvo las de Gorgias , de Espasa-Calpe)