lunes, 21 de enero de 2008

Discurso de defensa por el asesinato de Eratóstenes. 14.El culto a los muertos: Las exequias.II


¿Cómo señalizaban los griegos el lugar de descanso de un difunto?

Pausanias habla en su Descripción de Grecia, en el libro dedicado al Ática, de monumentos, tumbas de diverso tamaño y decoración, estelas individuales, estelas colectivas con los nombres de los sepultados y el demo de cada uno, estelas con reproducciones figurativas diversas y estelas con versos elegíacos que aluden a los allí enterrados.

Todo ello junto a altares, recintos sagrados y santuarios, que con toda seguridad tendrían en su exterior estatuas de los dioses allí venerados, por lo que podemos imaginar que se trataba de parajes de cierta monumentalidad.

Si retrocedemos a los siglos VIII y VII, sabemos del uso de grandes ánforas de cerámica para señalar sepulturas, como es el caso de las famosas ánforas dipilónicas de estilo geométrico, con escenas funerarias (el nombre les viene del lugar en que se encontraron, cerca de la puerta Del Dipilón).

De los siglos VII y VI datan los kúroi, estatuas de mármol masculinas desnudas, de pie, con mirada frontal que, entre otras funciones, pudieron desempeñar la de representación sepulcral de un hombre.

A finales del siglo VII, las estelas de piedra, pintadas o esculpidas en relieve, sustituirán a la cerámica, y serán desde entonces la costumbre más seguida entre los griegos.


Funerales públicos

Para los funerales de ámbito familiar y privado sirve lo dicho en otro post, y son los hijos quienes tienen la absoluta responsabilidad de enterrar a los padres y obsequiarles con los ritos y ofrendas funerarias que establece la tradición y sancionan las leyes. Éstas proveían severos castigos para quienes no cumplían con este deber.

Los demarcos, por su parte, tenían a su cargo velar para que todos los miembros de sus respectivos demos recibieran la debida sepultura.

Por otro lado, la ciudad asumió el deber de celebrar honras fúnebres de carácter colectivo y oficial cada vez que morían atenienses luchando por ella en cualquier empresa bélica.

Un oportuno testimonio de lo dicho nos lo ofrece Tucídides en Historia de la Guerra del Peloponeso, Libro II, 34 con motivo de los primeros caídos en la guerra:

“En el mismo invierno, siguiendo la costumbre tradicional, hicieron las ceremonias fúnebres en honor de los que primero habían muerto en esta guerra, procediendo del modo siguiente: Exponen durante tres días los huesos en una tienda que instalan y cada uno lleva al suyo la ofrenda que quiere; y cuando tiene lugar el entierro, diez carros transportan las cajas, que son de ciprés, cada una de una tribu; los huesos de cada uno de los muertos están en la caja de la tribu a que pertenecía. Además se lleva un féretro vacío y cubierto en honor de los desaparecidos que no hayan sido hallados y recogidos. Acompañan al entierro los que desean de los ciudadanos y extranjeros, y las mujeres de la familia se hallan junto a la tumba llorando. Los entierran en el sepulcro público, que está en el más hermoso arrabal de la ciudad y donde siempre entierran a los muertos en guerra, excepto los de Maratón, pues considerado excepcional su valor, los enterraron allí mismo. Y una vez que los cubren de tierra, un ciudadano elegido por la ciudad que sea considerado hombre de talento y que sea el primero en la estimación pública, pronuncie en su honor el elogio apropiado; y después de esto se retiran. Así llevan a cabo el entierro; y a lo largo de toda la guerra, cuando se presentaba la ocasión, seguían esta costumbre”.


Privación de recibir honras fúnebres:

En el extremo opuesto nos encontramos con aquellos casos en que la ciudad, como castigo, sanciona a delincuentes, traidores a la patria y profanadores de templos con la privación de la sepultura en su patria, arrojándolos a una fosa o, de morir en el extranjero, impidiendo el regreso de los restos mortales, para que descansen cerca de los parientes vivos y éstos les puedan honrar.

Una muestra de esta impiedad practicada como venganza la vemos en La Ilíada cuando Aquiles, después de matar al héroe Héctor, lo arrastra atado a su carro hasta el campamento aqueo, para que los troyanos no lo recogieran del campo de batalla:

Canto XXIII, 179-183:

“¡Alégrate, oh Patroclo, aunque estés en el Orco! Ya te cumplo cuanto te prometiera. El fuego devora contigo a doce hijos valientes de troyanos ilustres; y a Héctor Priámida no le entregaré a la hoguera, sino que a los perros para que lo despedacen”.


En Antígona, de Sófocles, 195-ss, el rey Creonte dispone respecto a los hijos de Edipo que:

“A Eteocles, que pereció en defensa de esta ciudad, llevando al colmo su valor en la refriega, que se le dé sepultura con todas las libaciones y ofrendas de ritual que acompañan bajo tierra a los héroes caídos. En cambio, en lo tocante a ése de su misma sangre, a Polinices me refiero, que, vuelto del destierro quiso quemar a fuego de raíz la tierra de sus padres y a los dioses de su linaje, hartarse de la sangre de los suyos y llevarse a los demás reducidos a la esclavitud; en lo tocante a ése, repito, ha quedado pregonada a la ciudad la prohibición de rendirle honores funerales y lamentos; que se le deje insepulto, de tal forma que se vea a su cuerpo servir de pasto y de escarnio a perros y aves de rapiña…”.

Y un tercer ejemplo nos lo proporciona Jenofonte en Las Helénicas, I.vii, 22, cuando la Asamblea del pueblo condenó a muerte a los generales que vencieron en la batalla de las Arginusas en el año 406 aC, por no recoger del mar a los soldados náufragos, según aquellos, debido a la terrible tempestad que se originó:

“…si queréis esto, votad de acuerdo con la ley que rige para los saqueadores de templos y los traidores: si alguien traiciona a la ciudad o saquea los templos, juzgado en un tribunal, que sea condenado a no ser enterrado en el Ática y a que se le confisquen sus bienes…”


Fuentes:

-Pausanias, Descripción de Grecia. Ática y Élide. Trad. de Camino Azcona García. Madrid: Alianza Editorial, 2000
-Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso. Trad. de Francisco Rodríguez Adrados.Madrid: Editorial Hernando, 1984
-Homero, La Ilíada. Trad. de Luís Segalá. Barcelona: Editorial Juventud, 1961
-Sófocles, Antígona. Trad. de Luis Gil. Barcelona: Editorial Labor, 1981

-Jenofonte, Xenophontis Opera Omnia,
Tomus I. Oxford: Oxford University Press, 1987



Bibliografía:

-Erwin Rodhe, “El culto del alma”, en Psique. Trad. de Wenceslao Roges. Madrid: Fondo de Cultura Económica, 1994
-Susan Woodford, “Estatuas exentas”y "La pintura y la cerámica pintada", en Introducción a la historia del Arte. Trad. de Luís Urpinell. Barcelona: GG, 1990

Imágenes:

*Ánfora ateniense. Museo del Louvre.
**Kourós, 530 aC. sacado del libro de Susan Woodford
***Lápida de mármol, 410-400 Atenas British Museum.



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