sábado, 31 de marzo de 2007

Misterios y oráculos. Eleusis y Delfos II


Fue frecuente en Grecia la práctica del arte adivinatoria. El mantis ,adivino, gozaba de mayor consideración que el sacerdote y este oficio se transmitía de padres a hijos. Interpretaba la voluntad de los dioses a partir de signos o señales como los truenos, los relámpagos, los eclipses, los terremotos... y acontecimientos casuales como el vuelo de los pájaros, encuentros en la calle, palabras oídas por casualidad, los sueños, un estornudo que se oía a la izquierda o a la derecha, el análisis de las vísceras de los animales sacrificados...

Mayor importancia tenían otras formas de profecía organizadas y que se llamaban Oráculos, lugares de manifestación de la sabiduría y voluntad de algunas divinidades donde acudían particulares y gobernantes. Eran administrados por corporaciones sacerdotales, quienes conservaban en sus archivos copias, tanto de las preguntas como de las respuestas.

El oráculo más importante de la antigüedad, conocido ya por Homero, era el de Dodona, en el Épiro, donde Zeus manifestaba su voluntad a través del murmullo de las hojas de una encina. Pero el más famoso y el más venerado fue el de Delfos, consagrado a Apolo, que logró durante la época arcaica de Grecia su posición dominante en asuntos religiosos y profanos: Apolo era la autoridad divina a la que todos se dirigían para organizar el culto o reformarlo, y al que las ciudades se dirigían solicitando que sancionara las leyes que sus legisladores habían elaborado: Apolo, en virtud de su autoridad divina, daba su apoyo al derecho civil.

El templo de Apolo se hallaba a los pies del monte Parnaso, donde llegó Apolo y fundó uno de sus principales santuarios, después de vencer a la serpiente Pitó que moraba en el lugar, tras lo cual tuvo que someterse a una cuidadosa purificación. Estableció su oráculo, haciendo que una sacerdotisa, llamada Pitia o Pitonisa en memoria de la serpiente Pitó, en este templo, aislado del mundo, en un ámbito de impresionante silencio, y en medio de las fuerzas de la naturaleza transmitiera sus respuestas.

Los días en que se consultaba, la pitonisa, una vez que se purificaba con agua de la fuente Castalia próxima al santuario, sentada en un trípode en lo más profundo del templo, el ádyton, (lugar reservado sólo para ella) en estado de trance provocado por unas emanaciones de la tierra, o por otros procedimientos, lanzaba gritos inarticulados y frases inconexas, que los sacerdotes traducían a los fieles. Los mensajes se redactaban en frases con doble sentido y eran difíciles de interpretar.

En Delfos se adoraba a Apolo, dios de la danza, de la poesía y de la inspiración, pero sobre todas las cosas, de la Luz, el dios que ilumina al mundo, el gran testigo al cual nada escapa. Desde todas partes del mundo helénico acudían las gentes a su templo para pedirle consejo y protección. Preguntaban si la cosecha del año sería buena o mala, si debían comprar un esclavo, si casarse o no. Representaciones de pueblos y ciudades iban también a preguntar al oráculo sobre la voluntad de los dioses, cuando tenían negros presagios, cuando reinaba el hambre y la peste o antes de tomar una decisión importante.

Los consultantes tras el pago de un "pelanos" (“pastel”) o tasa por consulta, ofrecían el sacrificio preliminar de una cabra en el gran altar que estaba ante el santuario, y antes de entrar al templo de Apolo, se bañaban en el agua cristalina de la célebre fuente Castalia.

Coronaban la entrada leyendas escritas con letras de oro sobre los muros, que atraían la atención del visitante y lo invitaban a meditar. Estas leyendas se atribuían a los “Siete Sabios de Grecia”, y aconsejaban entre otras cosas el dominio de sí mismo y la moderación: “¡Conócete a ti mismo!”, “¡Nada en exceso!”, y “sé prudente!”.

Lo que la doctrina apolínea trataba de inculcar es que el hombre no debe ni vanagloriarse ni presumir de su piedad, ha de tener conciencia de sus propias limitaciones, de la omnipotencia divina y que ha de someterse a los dioses; cualquiera que sea el camino que el hombre tome para evitarlo, los vaticinios del oráculo siempre se cumplen, e insiste en la humildad del hombre en comparación con los dioses. Su mensaje forma parte de una corriente político-social y religiosa del último siglo de la edad arcaica ,el legalismo, que buscaba orden frente al desasosiego e intranquilidad de este período, provocados por los cambios políticos y económicos y las luchas sociales.

Delfos fue el centro religioso de Grecia, era considerado el centro del mundo y se simbolizaba esa idea con una piedra sagrada en forma de medio huevo, colocada en el templo, el “onfalos” (ombligo), el “ombligo del mundo”.

De todas partes se recibían presentes para el dios Apolo, y en tan gran cantidad que su templo era insuficiente para guardarlos a todos. Por eso los Estados griegos más ricos mandaron construir en Delfos pequeños edificios (“tesoros”) donde se conservaban los obsequios de la divinidad.

Si la influencia religiosa, moral y política que ejercieron los oráculos de la Pitia, sobre todo en el siglo VI, fue enorme en todo el ámbito griego, con la aparición de los sofistas y el pensamiento crítico del siglo V se produjo un debilitamiento de la confianza en los oráculos. No obstante, en pleno siglo IV Platón, al esbozar su ciudad ideal, manifiesta que todos los asuntos relativos al culto y a la moral los resuelve el oráculo de Delfos, al que atribuía una influencia benéfica sobre el desarrollo de la civilización griega.

(El post “La sacerdotisa de Delfos” puede ayudar a la comprensión del tema)

Misterios y oráculos. Eleusis y Delfos. I

La experiencia griega de lo sacro nació con la apreciación de la presencia de potencias sobrenaturales en lugares arcanos, en fenómenos de la naturaleza y en momentos cruciales de la existencia humana. Estas potencias presentan tanto un lado benévolo (principio de orden y de armonía natural y social), como perturbador (violento y destructivo), de ahí que la actitud del hombre griego frente a estas potencias esté orientada a propiciar continuamente su carácter benévolo.

Sobre el fondo de relatos míticos tradicionales relacionados con las divinidades y las potencias sobrenaturales que habitan el mundo y lo dominan, la poesía épica (fundamentalmente Homero), y después Hesíodo, ejercieron una operación de selección y ordenación ,e imprimieron a la esfera de lo divino una marca tan indeleble que desde ese momento quedará fijada con rasgos propios hasta el final de la Antigüedad: los griegos creyeron en la existencia de muchas divinidades ,ya no abstracciones conceptuales, sino figuras individuales antropomórficas, relacionadas entre sí por un ordenamiento genealógico y por un reparto de atribuciones y poderes a menudo solapados; de estas divinidades dependía la felicidad o desgracia de los mortales sobre la tierra. También creyeron, después de la muerte, en el más allá del reino del Hades.

Con el tiempo las divinidades del Olimpo homérico fueron integradas en el marco de la polis, convirtiéndose en representantes de una religión cívica y politizada.

La polis reestructuró la experiencia colectiva y las modalidades de vida pública y privada del hombre griego, y de igual modo intervino en la relación entre hombres y dioses y en el papel de éstos respecto a la existencia humana.

Las divinidades homéricas serán integradas en los espacios sociales de la vida pública y su función consistirá ante todo en asegurar la protección y la prosperidad para la polis, a cambio serán recompensadas con prácticas cultuales que estarán reguladas, legisladas y financiadas por la comunidad política. No habrá acto de convivencia ente ciudadanos ( desde la fiesta a las decisiones de la asamblea) que no esté consagrado a la divinidad de la que se espera benevolencia ,cuya atención es reclamada con los oportunos gestos de culto y las necesarias prácticas sacrificiales.

Sin embargo, los cultos de la ciudad y los de carácter panhelénico no bastaron para colmar las inquietudes religiosas del pueblo griego: los cultos públicos en las ceremonias eran fríos e impersonales, se dirigían a los dioses en aras de la prosperidad colectiva de las ciudades e incluso de toda Grecia , pero no se interesaban lo suficiente por la felicidad individual del ser humano en esta vida y en la otra; incluso el culto de los muertos se preocupaba por el alimento de las “sombras” , aunque no garantizaba en absoluto la felicidad en el más allá. En este aspecto -el difícil terreno del destino individual y de la angustia asociada a su precariedad- se revelan los límites de una religiosidad ligada por entero a la proyección de una dimensión pública, social, comunitaria.

Ello explica la aparición de otras formas distintas de relación con lo sagrado que constituyen un aspecto no menos importante de la religiosidad del hombre griego:la religiosidad mistérica. El término mystéria deriva de mystés, iniciado, y expresa el secreto que rodea estos cultos, la obligación que se exige de sus participantes de guardar silencio sobre lo que se hace y se ve en ellos.

Las religiones mistéricas prometían una inmortalidad dichosa, al margen de todo concepto de conducta meritoria o pecaminosa, y su finalidad era la salvación individual de los hombres.

A pesar del carácter iniciático y secreto, los cultos mistéricos no están reservados a una minoría exclusiva y sectaria: más bien al contrario, van dirigidos al hombre en tanto que individuo más que al polítes, y eran admitidos sujetos que estaban excluidos en los cultos olímpicos de la polis como los extranjeros , los esclavos, y por supuesto las mujeres.


Entre otros importantes cultos mistéricos griegos,destacan los Misterios de Eleusis, reconocidos y protegidos por Atenas, y que gozaron de un prestigio panhelénico.

Los Misterios de Eleusis se celebraban en el mes Boedromion (septiembre) en honor de la diosa Deméter y Coré (su hija, Perséfone), con claras referencias a la muerte (los muertos , como el grano, están enterrados en la tierra), el renacimiento propio del ciclo vegetal, la generación sexual y la esperanza de una salvación.

El himno Homérico a Deméter cuenta el mito del rapto de Coré por Hades, y la búsqueda de la madre afligida que finalmente encontró acogida en el palacio del rey de Eleusis. (Imagen: Santuario de Eleusis)

En venganza por el rapto de su hija, Deméter hizo que muriese toda vegetación sobre la tierra, amenazando a la humanidad con su extinción, y consecuentemente a los dioses, que no recibirían más sacrificios y oraciones de los mortales.

Finalmente, Zeus ordenó a Hades que devolviera Perséfone a su madre, pero durante un tercio del año permanecía en el Hades, tiempo en el que el invierno reinaba sobre la tierra , y cuando salía, en primavera, el mundo vegetal despertaba con flores y frutos nuevos.

Antes de volver al Olimpo Deméter ,en agradecimiento, fundó un templo y dio a los reyes de Eleusis, Celeo y Metanira, instrucciones para celebrar los ritos en su templo. Estos eran preceptos secretos, misterios para ser guardados, y profanarlos podía ser castigado con la muerte. A Triptolemo, el hijo de los reyes, el primer iniciado en Eleusis, le entregó una rama de trigo y le encomendó instruir a la humanidad en la agricultura.

El culto a Deméter y Perséfone en Eleusis, inicialmente de carácter local, pronto comenzó a ser importante en Atenas, y se convirtió en una institución panhelénica de carácter universal.

Una parte del rito se llevaba a cabo a la luz pública , con procesiones entre la ciudad y el santuario de Eleusis en ambos sentidos, pero la fase secreta se reservaba para el interior del templo, en el gran salón Telesterio.

El 14 del mes de Boedromión los objetos sagrados (hierá) eran llevados en una cesta desde Eleusis a Atenas, donde se depositaban en el Eleusinion; el 15 se reunían en el pórtico de las pinturas (Poecile) los candidatos a la iniciación; el 16 se dirigían a la ensenada de Falero para asistir a una ceremonia de purificación; el 19 una solemne procesión se dirigía desde Atenas a Eleusis con la cesta mística entonando cantos y gritos ; en Eleusis, por fin, tras un día de ayuno, tenían lugar, del 21 al 23, las dos noches de iniciación.

Lo que ocurría durante esas dos noches debía permanecer en secreto, y éste se guardó tan bien que sólo algunos textos tardíos nos permiten vislumbrar en qué consistía la iniciación.

La primera noche confería el grado inferior de la iniciación: los místas tomaban el kykeón, bebida ritual hecha con agua y cereales, y después veían y tocaban los objetos sagrados. En la segunda noche, en el salón Telesterio, , los mýstas se desplazaban en un ambiente de terror y angustia, creado por los cantos lúgubres y la completa oscuridad reinante; luego, de pronto, unas antorchas ( atributos propios de Deméter y Córe, y símbolo de la revelación) iluminaban el centro de la sala y permitían a los iniciados contemplar objetos y rituales sagrados.


El verdadero mensaje de Eleusis no se puede saber con detalle debido al secretismo en que se mantuvo toda la ceremonia, pero no se puede hablar de una nueva religión , ya que los iniciados al volver a sus casas tras los misterios, permanecían fieles a sus religiones locales. Más bien debieron recibir enseñanzas sobre la esencia de la existencia humana y el sentido de la vida y la muerte.