domingo, 28 de octubre de 2007

XII Congreso de Estudios Clásicos en Valencia

Quiero aprovechar este espacio para felicitar a compañeros , amigos , alumnos de algunos centros, y en general a todos los que participaron en la escenificación de La Boda Romana el viernes por la tarde en el Aula Magna de la Facultad de Filosofía, como remate final del XII Congreso de la Sociedad Española de Estudios Clásicos.

Estuvo genial la escenificación, pero más impresionante resulta, si cabe, imaginar el trabajo que hay detrás de todo ello(búsqueda de fuentes escritas, reproducción de objetos de la vida cotidiana, confección de los trajes, preparación de la banda sonora , horas y horas de ensayo...) , que sólo se explica por el entusiamo e ilusión con que se está trabajando en los centros de enseñanza en las asignaturas relacionadas con el mundo clásico: Latín, Griego, Cultura Clásica, Fundamentos Léxicos y Referentes Clásicos.

¡Mis sinceras felicitaciones para todos y hasta pronto!

jueves, 25 de octubre de 2007

Consideraciones sobre la logografía judicial ateniense II . Las convenciones del discurso judicial

Los logógrafos redactaban sus discursos siguiendo la técnica retórica de los maestros de escuela hasta tal punto que, junto a los rasgos peculiares que caracterizan a cada uno, comprobamos la existencia de muchas similitudes entre ellos en el uso de las fórmulas retóricas y los lugares comunes. (El concepto de originalidad en la creación artística que hoy prima entre nosotros, era desconocido para los clásicos.)

Abundan en los discursos conservados tópicos formales, por ejemplo en las transiciones de unas partes del discurso a otras, o cuando se alude a las personas que intervienen en el litigio o al propio debate; y también encontramos tópicos de pensamiento, es decir, temas a los que recurría el logógrafo en casi todos sus discursos, por ejemplo cuando se hace referencia a las consecuencias de un veredicto indulgente, o al carácter ejemplar del litigio en cuestión, o cuando el sinegoro menciona los motivos de su intervención…

La utilización casi mecánica de los lugares comunes y de las fórmulas retóricas facilitaba la tarea de redacción, pues ayudaba al logógrafo en la búsqueda de las ideas, en su disposición formal en el discurso y en la previsión del tiempo a ocupar en el turno de palabra ante el tribunal.

Según el sofista y retórico Alcidamante, el discurso judicial alcanzaba la perfección cuando no se parecía en nada a un discurso escrito, cuando el logógrafo conseguía dar al discurso el tono de la improvisación oral, pero sin prescindir de la precisión del término, como apuntaba Aristóteles.

Todo ello confirma la existencia de un estilo judicial específico que se diferenciaba de los otros tipos de discurso (político y epidíctico).

En muchos discursos percibimos lo que de convencional tenía también la actitud del que pronuncia el discurso, del litigante o cliente: deploraba su inexperiencia oratoria y se lamentaba de recurrir al lenguaje cotidiano, simulaba la improvisación, aunque reconocía haber preparado su discurso, y todo ello expresado en términos retóricos.

Atribuir a cada cliente el carácter y actitud moral que le conviene era tarea esencial del logógrafo, en eso consistía la etopeya, y a Lisias se le atribuyó ya desde la Antigüedad el primer lugar en el ranking.

Sin embargo, se constata la parte de convención que interviene también en este dominio. Todo litigante se enorgullecía de poseer las cualidades comunes del buen ciudadano ateniense: generoso con sus amigos, liberal con la ciudad, confiado con la equidad del tribunal, en contra del chantaje…


Muy presente tenía el logógrafo en el momento de la redacción de un discurso al auditorio: los miembros del tribunal, muchas veces ciudadanos pobres atraídos por el sueldo heliástico, como vemos en Las Avispas de Aristófanes, eran proclives al arrebato y se dejaban llevar más que por la razón, por la impresión del momento.

El logógrafo conocía su público, su versatilidad y sabía que tenía que adularlo.

Por otra parte, para manipularlo recurría a procedimientos como la generalización, de manera que el cliente aparece como miembro de un grupo del que inexorablemente toma sus rasgos, más que un individuo aislado, o el contraste, cuando interesaba resaltar el efecto contrario.

Si pensamos en la deontología de la profesión, la regla del éxito parece haber sido la ley fundamental del género judicial (no olvidemos los postulados sofistas sobre los argumentos fuerte y débil), y la audacia con que el logógrafo se adaptaba al público e interpretaba la ley es testimonio de su astucia y pragmatismo profesionales, en los que primaba el éxito sobre la verdad.

En la combinación de todos estos elementos residía la pericia del logógrafo: la logografía era un oficio y tenía sus reglas y convenciones.


Bibliografía:
-Aspects de la Logographie judiciaire attique, M. Lavency.
Université de Louvain, 1964

jueves, 18 de octubre de 2007

Algunas consideraciones sobre la logografia judicial ateniense. I

La tradición imputa a Antifonte (480-411) la invención de la logografia, basándose en un texto de Ps.-Plutarco, Vida de los Diez Oradores, Antifonte, 4, en el que se dice que compuso discursos que algunos ciudadanos le pedían para los procesos judiciales.
Parece que fue el primero en redactar discursos para que otros los pronunciaran ante un tribunal, sirviéndose de sus habilidades retóricas y, por tanto, con carácter literario.

De época de Pericles no nos ha llegado ningún texto de estas características y, por otra parte, el término de logógrafo referido a un tipo específico de asistencia judicial lo vemos empleado no antes del sIV aC, por tanto es posible que esta práctica empezara a tomar cuerpo, de manera gradual, a finales del sV (aunque ,desde luego, la técnica de redactar discursos ya existía), y adquiriera pleno auge en el IV.
Al menos , a este período corresponden las vidas y obras del canon de diez oradores que los aticistas del siglo I de nuestra era establecieron y legaron a la posteridad (Antifonte, Andócides, Lisias, Iseo, Isócrates, Demóstenes, Esquines, Hipérides, Licurgo y Dinarco).

Desde Antifonte, la logografía aparece inserta en el contexto de otras disciplinas de amplio alcance en la sociedad: la sofística, la retórica y la política, y unida a ellas desplegará sus habilidades a lo largo del s IV: los conocimientos de retórica y oratoria, parte de las enseñanzas de los sofistas, eran necesarios para asegurar el éxito político y, al mismo tiempo, los políticos, a través de los discursos logográficos, podían dar los primeros pasos de su carrera o ,una vez consagrados, servirse del espacio que ofrecían los tribunales para acrecentar su influencia pública o su riqueza.
Los tribunales y la Asamblea son los dos espacios públicos en los que se ejerce el poder político, y para ello la formación retórica y oratoria, el dominio del arte de la persuasión, era indispensable.

De todos modos, esta práctica judicial ateniense en la cual el discurso pronunciado por un hombre ante los tribunales, es redactado por otro, cuando sería tan fácil que éste último asumiera el doble rol de autor y orador, pronunciando él mismo las frases que bien conoce, hunde sus raíces en la propia configuración del sistema democrático ateniense y la relación vinculante entre la polis y el ciudadano.

La tradición unánimemente atestigua que el ciudadano ateniense tenía el honor y, al mismo tiempo, la responsabilidad de la comparecencia personal: desde el estrado, asumía personalmente la defensa de sus derechos ante los jueces de los tribunales democráticos.
Pero no era ésta la única obligación del implicado en un juicio, pues también:

-inicia la acción judicial citando al adversario y depositando la demanda
-ha de indagar en los lugares del delito para encontrar pruebas convincentes y presentarlas en la fase preliminar o νκρισις
-provoca y organiza la tortura de los esclavos implicados en el asunto
-si corresponde, emprende un careo con su adversario
-tras el pronunciamiento del veredicto, en casos de juicios τιμητο ,en los que la ley no prevé la pena, deben proponerla.

Frente a los litigantes, el magistrado que preside el juicio es meramente un moderador: asegura el buen orden, la legalidad de las operaciones judiciales; su tarea es administrativa.

A su lado, el jurado popular, sin deliberación preliminar y sin otro conocimiento del asunto que el que le presentan los litigantes, emite una sentencia de acuerdo con el derecho o la justicia.

Tanto el demandante, δικων,como el demandado, φεγων,son los sujetos activos de la acción judicial y ello explica la necesidad de la comparecencia personal.

Al igual que la función de juez, la comparecencia personal era un acto de ciudadanía.
Es un privilegio del ciudadano: se le retira a aquel que demuestra ser indigno de la cualidad cívica y se le otorga al πρξενος y al que goza de σοτλεια.

El ciudadano, que goza en la asamblea política de σηγορα, el derecho de hablar libremente en público, debe tener el mismo derecho en las reuniones judiciales.Ya vimos que la mayoría de los metecos están al margen de este espacio público.

Por otra parte, el litigante no estaba solo ante el tribunal: junto a él se hallaban los testigos, su familia e incluso algunos vecinos.

El acompañamiento de los parientes del litigante se manifestaba de dos formas diferentes:

-podía ser un desfile de parientes y sobre todo de niños con la intención de que los jueces sintieran compasión; puesta en escena que suscitó el sarcasmo de la comedia, como leemos en Las Avispas 560-575,de Aristófanes,

-o se trataba de la intervención de un amigo o pariente que , mostrando su apoyo moral, como acto de solidaridad, tomaba la palabra y hablaba en su favor, siempre dentro de los limites de tiempo asignados a cada parte.

A esta práctica se le llamó συνηγορα, que en pleno siglo IV adquirió más protagonismo y pasó de ser un acto de generosidad por parte de un amigo, a un recurso mediante el cual el litigante intentaba eludir las responsabilidades de la comparecencia personal.

También redactaron estos discursos los logógrafos, de manera que ambos tipos de asistencia judical , primeramente diferenciados, con el tiempo se confundieron.

El oficio de logógrafo.

No poseemos mucha información sobre el oficio de logógrafo. Los autores antiguos parece que apenas repararon en esta actividad: el escritor ático no sintió la necesidad de evocar una ocupación muy conocida, pero poco apreciada, aunque necesaria para el funcionamiento del sistema judicial ateniense, y los representantes de la segunda sofística, interesados más por el aspecto literario de sus estudios, apenas mostraron interés por una práctica judicial que había perdido el vigor que la alentaba en el siglo IV.

De época romana son dos anécdotas que ofrecen la imagen más completa de este oficio:

Plutarco en De Garrulitate, 4 nos muestra a Lisias con un cliente: Lisias había hecho llegar a un cliente el discurso que le había encargado. Una vez éste lo leyó varias veces, se dirigió a Lisias y le expresó su decepción, diciéndole que en un primer momento el discurso le había gustado, pero a la segunda lectura, y a la tercera, le había parecido deslucido y sin empaque. Ante esto, Lisias se echó a reír y le espetó si pretendía pronunciarlo más de una vez delante de los jueces.

La otra anécdota la encontramos en Cicerón, De Oratote, I,231: Lisias presentó un discurso a Sócrates para que lo aprendiera de memoria y lo pronunciara ante los jueces para su defensa. Sócrates lo leyó, y le pareció bien escrito, pero le dijo que era como si le ofreciera unos zapatos de Sición, él no los calzaría nunca aunque fueran muy cómodos y elegantes pues, según él, no eran apropiados para un hombre.

En ambos casos se alude a un texto que un experto propone a un cliente para que lo pronuncie ante un tribunal. En esto consiste el oficio de logógrafo, de manera específica, durante el siglo IV a C.

Sus contemporáneos vieron en el logógrafo a un escritor público, un técnico del discurso que escribe para provecho de otro, un especialista que compone y redacta un discurso para que otro se sirva de él ante los tribunales , a cambio de dinero.

No obstante, esta precisión del término en el siglo IV contrasta con la ambigüedad con que lo vemos usado antes y después de ese siglo.

El término de logógrafo aparece por primera vez en Tucídides, y desde entonces, al confrontar los distintos testimonios que lo atestiguan, se observa que ha experimentado cambios de sentido a lo largo del tiempo, y produce ambigüedad por ser utilizado para designar funciones diferentes en diversos momentos:

Así, se utiliza con el sentido de prosista, por oposición al poeta; de historiador, como sinónimo de συγγραφεύς o λογοποιός ; de redactor de discursos; de redactor de discursos judiciales; incluso se asimila al sofista, con connotaciones despectivas; de escritor ; de declamador; incluso se aplicará el término, aunque ya muy tardíamente, a los redactores de tratados literarios.

Con todo lo anterior, parece que el significado fundamental de logógrafo es el de prosista, y según ello los primeros historiadores griegos merecen ser llamados así.

En el s IV el término designó de manera específica al redactor de discursos judiciales, y es este significado preciso, que caracteriza una época literaria, el que ha sido retenido por los lexicógrafos, para quienes el logógrafo es definido como ὁ δίκας γράφων (el que redacta discursos judiciales).


Imágen:

* Eclesiasterion, junto al Museo Arqueológico. Valle de los Templos, Agrigento, Sicilia.

jueves, 4 de octubre de 2007

Viajando por la Grecia Clásica

Para situaros espacialmente en el mundo griego, y recurrir a él cuando lo requieran las explicaciones de clase, podéis utilizar este mapa sacado de Internet, que indica las ciudades, regiones, ríos, islas...
Queda fuera del mapa la Magna Grecia, que comprendía el sur de Italia y la isla de Sicilia, zona que se incorporó a la influencia de la civilización griega con las colonizaciones de los siglos VIII y VII aC.
Asímismo, tampoco aparecen las colonias de esa misma época de Naúcratis y Cirene en la costa norte de África, ni los enclaves en el extremo occidental como Marsella y Ampurias.