jueves, 25 de octubre de 2007

Consideraciones sobre la logografía judicial ateniense II . Las convenciones del discurso judicial

Los logógrafos redactaban sus discursos siguiendo la técnica retórica de los maestros de escuela hasta tal punto que, junto a los rasgos peculiares que caracterizan a cada uno, comprobamos la existencia de muchas similitudes entre ellos en el uso de las fórmulas retóricas y los lugares comunes. (El concepto de originalidad en la creación artística que hoy prima entre nosotros, era desconocido para los clásicos.)

Abundan en los discursos conservados tópicos formales, por ejemplo en las transiciones de unas partes del discurso a otras, o cuando se alude a las personas que intervienen en el litigio o al propio debate; y también encontramos tópicos de pensamiento, es decir, temas a los que recurría el logógrafo en casi todos sus discursos, por ejemplo cuando se hace referencia a las consecuencias de un veredicto indulgente, o al carácter ejemplar del litigio en cuestión, o cuando el sinegoro menciona los motivos de su intervención…

La utilización casi mecánica de los lugares comunes y de las fórmulas retóricas facilitaba la tarea de redacción, pues ayudaba al logógrafo en la búsqueda de las ideas, en su disposición formal en el discurso y en la previsión del tiempo a ocupar en el turno de palabra ante el tribunal.

Según el sofista y retórico Alcidamante, el discurso judicial alcanzaba la perfección cuando no se parecía en nada a un discurso escrito, cuando el logógrafo conseguía dar al discurso el tono de la improvisación oral, pero sin prescindir de la precisión del término, como apuntaba Aristóteles.

Todo ello confirma la existencia de un estilo judicial específico que se diferenciaba de los otros tipos de discurso (político y epidíctico).

En muchos discursos percibimos lo que de convencional tenía también la actitud del que pronuncia el discurso, del litigante o cliente: deploraba su inexperiencia oratoria y se lamentaba de recurrir al lenguaje cotidiano, simulaba la improvisación, aunque reconocía haber preparado su discurso, y todo ello expresado en términos retóricos.

Atribuir a cada cliente el carácter y actitud moral que le conviene era tarea esencial del logógrafo, en eso consistía la etopeya, y a Lisias se le atribuyó ya desde la Antigüedad el primer lugar en el ranking.

Sin embargo, se constata la parte de convención que interviene también en este dominio. Todo litigante se enorgullecía de poseer las cualidades comunes del buen ciudadano ateniense: generoso con sus amigos, liberal con la ciudad, confiado con la equidad del tribunal, en contra del chantaje…


Muy presente tenía el logógrafo en el momento de la redacción de un discurso al auditorio: los miembros del tribunal, muchas veces ciudadanos pobres atraídos por el sueldo heliástico, como vemos en Las Avispas de Aristófanes, eran proclives al arrebato y se dejaban llevar más que por la razón, por la impresión del momento.

El logógrafo conocía su público, su versatilidad y sabía que tenía que adularlo.

Por otra parte, para manipularlo recurría a procedimientos como la generalización, de manera que el cliente aparece como miembro de un grupo del que inexorablemente toma sus rasgos, más que un individuo aislado, o el contraste, cuando interesaba resaltar el efecto contrario.

Si pensamos en la deontología de la profesión, la regla del éxito parece haber sido la ley fundamental del género judicial (no olvidemos los postulados sofistas sobre los argumentos fuerte y débil), y la audacia con que el logógrafo se adaptaba al público e interpretaba la ley es testimonio de su astucia y pragmatismo profesionales, en los que primaba el éxito sobre la verdad.

En la combinación de todos estos elementos residía la pericia del logógrafo: la logografía era un oficio y tenía sus reglas y convenciones.


Bibliografía:
-Aspects de la Logographie judiciaire attique, M. Lavency.
Université de Louvain, 1964

1 comentario:

Isabel Barceló Chico dijo...

Me ha encantado leer esta explicación. Y en particular, ese final en que señalas que primaba más el éxito que la verdad. ¿De qué me sonará eso...? Besitos, guapa.