La concepción
Aristóteles señala que el hombre y la mujer, con relación a la reproducción, son diferentes porque desempeñan funciones distintas debido a que tienen órganos sexuales distintos: la mujer tiene útero y el hombre testículos y órgano genital.
En la concepción, el hombre y la mujer participan de manera diferente: el hombre es el principio motor y generador, y la mujer el principio material.
El hombre es el ser capaz de engendrar en otro, y la mujer es la que engendra en sí misma y de quien nace el ser engendrado que existía en el principio generador.
El esperma del hombre es por su naturaleza el principio de donde surgen los seres que se forman naturalmente. El esperma es el residuo del alimento transformado en sangre en su última fase de elaboración mediante un proceso de cocción.
El cuerpo de la mujer es por naturaleza más débil y más frío que el del hombre. Como consecuencia de ello, el proceso de cocción que transforma el alimento en sangre es menos fuerte, y de ahí su incapacidad de producir esperma.
En su defecto, produce otro tipo de residuo, una gran cantidad de líquido sanguinolento que es el flujo menstrual.
Este residuo en la mujer explica que siempre esté pálida, que no tenga las venas gruesas, y en general, su inferioridad física, aunque, por otra parte, causa que las mujeres enfermen menos que los hombres, y son pocas las que tienen varices, hemorroides y hemorragias nasales.
Con todo, el flujo menstrual era considerado indispensable para la concepción; era la materia que aportaba la mujer, pues el embarazo se producía después del final de la regla, y las mujeres que tenían todo tipo de irregularidades, por lo general, eran estériles.
Aristóteles afirma que, en la concepción, el hombre proporciona la forma y el principio de movimiento, es el ser que engendra, el motor, el agente, la fuerza, principio activo; en cambio, la mujer aporta el cuerpo y la materia, es el ser del que sale el ser engendrado, el ser paciente, el ser que recibe la forma del agente, principio pasivo.
Una vez el esperma ha sido recibido en el útero, y se queda allí, se forma a su alrededor una membrana; después, otra membrana adherida al útero lo recubre todo, y entre las dos se forma un líquido acuoso y sanguíneo. El feto efectúa su crecimiento a través del cordón umbilical que lo une al útero de la madre.
El período ideal fértil para la mujer comprendía entre los 21 y los 40 años. Podían concebir antes, pero engendraban criaturas pequeñas e imperfectas, y los partos eran más laboriosos. Algunas mujeres, excepcionalmente, tenían la menstruación hasta los cincuenta años. El cuerpo envejecía antes en las mujeres que habían tenido muchos partos.
Por otro lado, se pensaba que hasta los 21 años el esperma del hombre era infecundo; y a partir de ese momento, eran capaces de engendrar hasta los sesenta años; excepcionalmente, hasta los setenta. El cuerpo envejecía antes en los hombres libidinosos.
El embarazo
Para Aristóteles, un síntoma claro de embarazo era cuando, inmediatamente después del coito, el esperma permanecía siete días en el interior de la mujer.
Se distinguía a una mujer embarazada sobre todo en los flancos, pues muchas mujeres enseguida se ensanchaban. Aún con alguna excepción, normalmente se distinguía una mujer portadora de un embrión de sexo masculino por el movimiento de éste hacia la derecha del cuerpo de la madre a los 40 días; el embrión femenino se movía hacia la izquierda en torno a los 90 días.
Dentro del vientre materno, el feto hembra tardaba más en conseguir el desarrollo de todas sus partes que el feto varón.
Los abortos ocurridos durante los siete primeros días eran considerados “derrames”; los que se producían desde entonces hasta los 40 días, “pérdida de un hijo”.
Las dolencias del embarazo eran la pesadez en todo el cuerpo, deslumbramientos, dolores de cabeza, náuseas y vómitos; en general, las embarazadas de un feto hembra experimentaban más molestias: peor color, más pálidas, tumores en las piernas e hinchazones en la carne.
Las mujeres embarazadas experimentaban todo tipo de apetitos, y sufrían cambios de humor, especialmente las embarazadas de niñas.
El período de gestación era de siete, ocho y nueves meses, y la inmensa mayoría de diez (se trata de meses lunares: de 28 días).
Los hijos que nacían en el período comprendido entre los siete primeros meses no sobrevivían; en el octavo, la mayoría perecían y, si sobrevivían, se explicaba por un mal cálculo de la madre. Este mes era especialmente peligroso, pues no solamente los hijos nacidos en este mes no sobrevivían, sino que también en muchos casos perecía la madre. También resultaba especialmente crítico el cuarto mes.
El parto
Se consideraba un parto normal cuando el feto, tras haber invertido la posición de la cabeza, sacaba ésta por delante. En todos los otros casos el nacimiento era anormal.
Según en qué parte del cuerpo sentía la madre los primeros dolores, se preveía un parto más o menos complicado.
La mayor parte de las veces las mujeres daban a luz un solo hijo, pero a veces tenían gemelos. El número máximo constatado de niños nacidos de un solo parto era de cinco, y como caso insólito Aristóteles habla de una mujer que en cuatro partos dio a luz a veinte hijos, y la mayoría de ellos llegaron a mayores.
Los gemelos no tenían menos posibilidades de sobrevivir, a no ser que fueran de sexo diferente.
Habla también Aristóteles de la superfetación. Aunque rara, a veces sucedía: durante la gestación , al mantener la mujer relaciones sexuales, podía concebir un segundo feto; si este era concebido mucho después del primero, ello causaba tremendos dolores y provocaba el aborto del primer feto; pero si era concebido poco después del primero, había muchas posibilidades de que los dos fetos sobrevivieran. Como antecedente mítico se cita el caso de Heracles e Ificles.
Después del parto y de la expulsión de los humores, sobrevenía la leche en abundancia a las mujeres, hasta el punto que en algunas fluía por varios lugares del seno, e incluso por las axilas.
No se recomendaba beber vino, sobre todo no rebajado, ni alimentos que causaran flatulencia o pereza intestinal.
La mayoría de los recién nacidos sufrían convulsiones, algunas tan fuertes que les causaban la muerte; especialmente críticos eran los siete primeros días, período en que la mortalidad infantil era muy elevada.
Fuentes:
Aristóteles, Investigación sobre los Animales. Trad. de Julio Pallí Bonet. Madrid: Gredos, 1992
Reproducción de los animales. Trad. de Esther Sánchez. Madrid: Gredos, 1994