lunes, 3 de diciembre de 2007

Discurso de Defensa por el Asesinato de Eratóstenes.10 (Un poco de biología humana)

Al leer que Eufileto y su mujer tuvieron un hijo nos podemos preguntar qué conocimientos se tenían en el s IV aC sobre la procreación.

Sigo a Aristóteles en sus obras de biología Investigación sobre los animales, Libro VII y Reproducción de los animales, Libro I:


La concepción

Aristóteles señala que el hombre y la mujer, con relación a la reproducción, son diferentes porque desempeñan funciones distintas debido a que tienen órganos sexuales distintos: la mujer tiene útero y el hombre testículos y órgano genital.

En la concepción, el hombre y la mujer participan de manera diferente: el hombre es el principio motor y generador, y la mujer el principio material.

El hombre es el ser capaz de engendrar en otro, y la mujer es la que engendra en sí misma y de quien nace el ser engendrado que existía en el principio generador.

El esperma del hombre es por su naturaleza el principio de donde surgen los seres que se forman naturalmente. El esperma es el residuo del alimento transformado en sangre en su última fase de elaboración mediante un proceso de cocción.

El cuerpo de la mujer es por naturaleza más débil y más frío que el del hombre. Como consecuencia de ello, el proceso de cocción que transforma el alimento en sangre es menos fuerte, y de ahí su incapacidad de producir esperma.
En su defecto, produce otro tipo de residuo, una gran cantidad de líquido sanguinolento que es el flujo menstrual.

Este residuo en la mujer explica que siempre esté pálida, que no tenga las venas gruesas, y en general, su inferioridad física, aunque, por otra parte, causa que las mujeres enfermen menos que los hombres, y son pocas las que tienen varices, hemorroides y hemorragias nasales.

Con todo, el flujo menstrual era considerado indispensable para la concepción; era la materia que aportaba la mujer, pues el embarazo se producía después del final de la regla, y las mujeres que tenían todo tipo de irregularidades, por lo general, eran estériles.

Aristóteles afirma que, en la concepción, el hombre proporciona la forma y el principio de movimiento, es el ser que engendra, el motor, el agente, la fuerza, principio activo; en cambio, la mujer aporta el cuerpo y la materia, es el ser del que sale el ser engendrado, el ser paciente, el ser que recibe la forma del agente, principio pasivo.

Una vez el esperma ha sido recibido en el útero, y se queda allí, se forma a su alrededor una membrana; después, otra membrana adherida al útero lo recubre todo, y entre las dos se forma un líquido acuoso y sanguíneo. El feto efectúa su crecimiento a través del cordón umbilical que lo une al útero de la madre.

El período ideal fértil para la mujer comprendía entre los 21 y los 40 años. Podían concebir antes, pero engendraban criaturas pequeñas e imperfectas, y los partos eran más laboriosos. Algunas mujeres, excepcionalmente, tenían la menstruación hasta los cincuenta años. El cuerpo envejecía antes en las mujeres que habían tenido muchos partos.

Por otro lado, se pensaba que hasta los 21 años el esperma del hombre era infecundo; y a partir de ese momento, eran capaces de engendrar hasta los sesenta años; excepcionalmente, hasta los setenta. El cuerpo envejecía antes en los hombres libidinosos.

El embarazo

Para Aristóteles, un síntoma claro de embarazo era cuando, inmediatamente después del coito, el esperma permanecía siete días en el interior de la mujer.

Se distinguía a una mujer embarazada sobre todo en los flancos, pues muchas mujeres enseguida se ensanchaban. Aún con alguna excepción, normalmente se distinguía una mujer portadora de un embrión de sexo masculino por el movimiento de éste hacia la derecha del cuerpo de la madre a los 40 días; el embrión femenino se movía hacia la izquierda en torno a los 90 días.
Dentro del vientre materno, el feto hembra tardaba más en conseguir el desarrollo de todas sus partes que el feto varón.

Los abortos ocurridos durante los siete primeros días eran considerados “derrames”; los que se producían desde entonces hasta los 40 días, “pérdida de un hijo”.

Las dolencias del embarazo eran la pesadez en todo el cuerpo, deslumbramientos, dolores de cabeza, náuseas y vómitos; en general, las embarazadas de un feto hembra experimentaban más molestias: peor color, más pálidas, tumores en las piernas e hinchazones en la carne.

Las mujeres embarazadas experimentaban todo tipo de apetitos, y sufrían cambios de humor, especialmente las embarazadas de niñas.

El período de gestación era de siete, ocho y nueves meses, y la inmensa mayoría de diez (se trata de meses lunares: de 28 días).

Los hijos que nacían en el período comprendido entre los siete primeros meses no sobrevivían; en el octavo, la mayoría perecían y, si sobrevivían, se explicaba por un mal cálculo de la madre. Este mes era especialmente peligroso, pues no solamente los hijos nacidos en este mes no sobrevivían, sino que también en muchos casos perecía la madre. También resultaba especialmente crítico el cuarto mes.

El parto

Se consideraba un parto normal cuando el feto, tras haber invertido la posición de la cabeza, sacaba ésta por delante. En todos los otros casos el nacimiento era anormal.

Según en qué parte del cuerpo sentía la madre los primeros dolores, se preveía un parto más o menos complicado.

La mayor parte de las veces las mujeres daban a luz un solo hijo, pero a veces tenían gemelos. El número máximo constatado de niños nacidos de un solo parto era de cinco, y como caso insólito Aristóteles habla de una mujer que en cuatro partos dio a luz a veinte hijos, y la mayoría de ellos llegaron a mayores.

Los gemelos no tenían menos posibilidades de sobrevivir, a no ser que fueran de sexo diferente.

Habla también Aristóteles de la superfetación. Aunque rara, a veces sucedía: durante la gestación , al mantener la mujer relaciones sexuales, podía concebir un segundo feto; si este era concebido mucho después del primero, ello causaba tremendos dolores y provocaba el aborto del primer feto; pero si era concebido poco después del primero, había muchas posibilidades de que los dos fetos sobrevivieran. Como antecedente mítico se cita el caso de Heracles e Ificles.

Después del parto y de la expulsión de los humores, sobrevenía la leche en abundancia a las mujeres, hasta el punto que en algunas fluía por varios lugares del seno, e incluso por las axilas.

No se recomendaba beber vino, sobre todo no rebajado, ni alimentos que causaran flatulencia o pereza intestinal.

La mayoría de los recién nacidos sufrían convulsiones, algunas tan fuertes que les causaban la muerte; especialmente críticos eran los siete primeros días, período en que la mortalidad infantil era muy elevada.


Fuentes:

Aristóteles, Investigación sobre los Animales. Trad. de Julio Pallí Bonet. Madrid: Gredos, 1992
Reproducción de los animales. Trad. de Esther Sánchez. Madrid: Gredos, 1994

Imagen: de la red



domingo, 2 de diciembre de 2007

Discurso de Defensa por el Asesinato de Eratóstenes.9 bis (El nacimiento)


“ἐπειδὴ δὲ τὸ παιδίον ἐγένετο ἡμῖν,…”
“Pero cuando nos nació el niño…”

Eran varias las divinidades relacionadas con el nacimiento: Ilítia, diosa de los alumbramientos, cuya sombra protectora ayudaba a la madre en su dolor; Hera, diosa del matrimonio legítimo y , por tanto, aliada de las mujeres casadas, cuya misión es tener hijos; Ártemis, que por haber ayudado a su madre a traer al mundo a su hermano gemelo Apolo, fue la protectora de los recién nacidos; e Ifigenia, a quien en un templo en Braurón (cerca de Atenas), como sacerdotisa de Ártemis, se le consagraban los ropajes de las mujeres muertas en los alumbramientos.

El nacimiento de un hijo tenía lugar en la propia casa, y la parturienta, acompañada por las otras mujeres de la familia, era atendida por una comadrona, no por un médico.

Ésta, era una mujer entrada en edad y, por tanto, ya no apta para concebir, pero que lo hizo tiempo atrás, de manera que, tanto su propia experiencia como el saber adquirido con la práctica de los años, le proporcionaban una autoridad respetada en cuestiones femeninas.
Se pensaba que, a diferencia de la diosa Ártemis, una mujer no era capaz de ser experta en algo que no había vivido personalmente, por tanto no podía ejercer de comadrona una mujer estéril; pero por otra parte, por el hecho de ser aqu
ella una diosa sin hijos, en su honor, las comadronas no podían ser mujeres en edad de concebir.

Su saber les permitía averiguar con prontitud si una mujer estaba embarazada o no, y por medio de drogas podían provocar las contracciones o mitigarlas; también practicaban abortos, si era conveniente.
Su habilidad se ponía a prueba en el momento del corte
del cordón umbilical y al atar el cordón al niño, evitando que muriera por hemorragia.
Además, eran unas habilidosas casamenteras, pues hacían gala de tener “ojo clínico” para recomendar las parejas que tendrían los mejores hijos.

A ellas acud
ían también las mujeres cuando tenían algún problema o enfermedad de carácter “íntimo”.


Pasado todo el peligro, y con una criatura más en el mundo, la mujer era evitada por el marido, pues se pensaba que, por el contacto con la sangre, permanecía en estado impuro, y por ello se sometía a un ritual de purificación, acompañado de un sacrificio y ofrendas textiles dedicadas a Ártemis, probablemente el mismo día en que el padre reconocía y aceptaba a la criatura como hijo legítimo (al quinto o séptimo día, pues a partir de ese día aumentaban las posibilidades de que el recién nac
ido sobreviviera).

El ritual del reconocimiento por parte del padre recibe el nombre de fiesta de las Anfidromías, y consistía en una carrera del padre alrededor del hogar con el bebé en brazos; luego lo depositaba en el suelo, todo ello en presencia de los miembros de la familia.
Con este ritual, el niño era incorporado al hogar familiar y al grupo social de la polis.

De decidir el padre abandonar a la criatura, exposición, por el motivo que fuera (por ser ilegítimo, por exceso de hijos, por falta de recursos para criarlo, por ser hembra…) lo debía hacer en los días anteriores a las Anfidromías, cuando el niño, a ojos de todo el mundo, todavía no tenía existencia real.

Igualmente legítima era la práctica del aborto, que se producía en la mayor parte de los casos entre el séptimo y los cuarenta primeros días, siempre con el consentimiento del marido.

Para evitar el embarazo se utilizaban métodos anticonceptivos como los que cita Aristóteles en el libro VII,20 de su Historia de los animales: “Esta es la razón por la cual, en ciertos casos , se practica, en la parte de la matriz en donde cae el esperma, una unción con aceite de cedro o con albayalde o con incienso diluido antes en aceite”.

Fuentes:
-Platón, Teeteto, 149ª. The Perseus Digital Library.
-Aristóteles, Investigación sobre los Animales. Libro VII. Trad. de Julio Pallí Bonet. Madrid: Gredos, 1992

Bibliografía:
-
Louise Bruit Zaidman, “Las hijas de Pandora”, en Historia de las mujeres. I- La Antigüedad. Trad. de Marco Aurelio Galmarini. Madrid: Taurus, 1993

Imágenes:
*Fuente de Diana, en Ortigia. Sicilia
**Detalle Mosaico de la Villa del Casale , en Piazza Armerina. Sicilia