Dice Mario Vegetti que en el hombre griego la experiencia de lo sacro nació “con la percepción de la presencia de potencias sobrenaturales en lugares arcanos,(bosques, fuentes, grutas, montañas), en fenómenos naturales misteriosos y temibles (el rayo, la tormenta) y en momentos cruciales de la existencia (la vida, la muerte)”.
En el término griego “hierós” confluyen dos acepciones, una que alude a todo lo relacionado con lo divino, y otra que hace referencia a lo fuerte, lo poderoso.
De una manera progresiva lo sacro va ocupando un espacio, “se territorializa”, de manera que los lugares en que las fuerzas divinas se sienten de manera especial adquieren también un carácter sagrado y se delimitan, bien de manera natural (sacros son muchos parajes de la naturaleza , las tumbas de héroes), o bien posteriormente creados por la mano del hombre en la misma polis.
Estos espacios se convierten en santuarios, “témenoi”, que garantizan la seguridad de todo lo que se halla en su demarcación ( los templos levantados para alojar a las divinidades, las ofrendas, los propios oferentes), que a su vez también adquiere la cualidad de sacro.
Por otro lado, para el hombre griego, sacro será también todo lo que procede de las potencias sobrenaturales, y en particular de sus voluntades: el orden de la naturaleza , de la vida humana , y del grupo social.
Para el hombre griego, lo sagrado, en tanto que fuerza sobrenatural, en sus manifestaciones es ambivalente porque es benévolo, propicio, principio de orden, pero también puede ser destructivo, implacable, violento. Y esta ambivalencia es lo que condiciona la actitud del hombre para con lo divino, siempre tratando de atraerse el lado benévolo y de alejar el negativo.
Para propiciar la bondad de la divinidad están los actos rituales, individuales o colectivos que, para ser eficaces, deben seguir unos esquemas y celebrarse en los momentos fijados por la tradición .(el calendario griego está en el origen de estas prácticas)
El acto ritual consta de tres fases : la ofrenda votiva (ofrenda alimentaria, y por excelencia el sacrificio animal), la invocación y la oración.
El origen mitológico del sacrificio animal se encuentra en el engaño que tramó Prometeo a Zeus, al separar en bandejas diferentes las carnes de las partes no comestibles de un animal, pretendiendo reservar aquellas para los hombres y éstas para los dioses, acto con el que puso fin a los banquetes compartidos entre ambas razas y que determinó su distinta alimentación: humo y aromas para los dioses, y carne para los humanos.
El acto sacrificial no restituye esa convivencia primigenia, pero aplaca a los dioses y reconforta a los hombres, que festejan con alegría el banquete que viene a continuación.
Si el sacrificio ofrecido a los dioses olímpicos es festivo, público, sobre los altares, solar (siempre a la luz del día), el dirigido a los dioses ctónicos o del mundo de los muertos se celebra por lo general en la oscuridad de la noche, directamente sobre la tierra, y se practica la combustión de todo el cuerpo de la víctima sacrificial (el holocausto).
A cada divinidad le son sacrificados unos animales preferentemente, y ni el sexo ni el color del pelaje son indiferentes. Pero todas las víctimas deben ser “téleioi”, sanas y sin defecto.
Otras ofrendas muy frecuentes eran la libación de vino o leche, pasteles y dulces u hortalizas y primicias de las cosechas colocados ante el altar, expresando simbólicamente en todos los casos la renuncia por parte del grupo humano a una parte de sus recursos alimenticios y su concesión a la divinidad.
Sacado de Vegetti, Mario: "El hombre y los dioses". En: El Hombre Griego, Jean-Pierre Vernant y otros. Alianza Editorial
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