Sin embargo, aunque las mujeres atenienses asumieran y aceptaran esta situación como un estilo de vida impuesto, seguro que hubo oportunidades para quebrantar las normas y encontrar espacios y momentos de libertad lejos de la mirada de sus maridos o tutores.
Entre las mujeres atenienses también las hubo de infieles a sus maridos, y prueba de ello es que existieron leyes que dictaminaron castigos duros no sólo para los varones sino también para ellas.
La Comedia ática nos ofrece valiosísimos testimonios de muchos aspectos relacionados con la vida diaria de la Atenas del siglo V, y aunque haya que cogerlos con pinzas, pues no pretenden ser un fiel reflejo de la realidad, sino mostrarla a un nivel extremo de exageración y caricaturización para provocar la risa desatada, sirven para permitirnos imaginar que algunos detalles sí que serían reales.
Con relación a la infidelidad de las mujeres, nos sirve un pasaje de Las Tesmoforiantes de Aristófanes, cuando las mujeres celebran una reunión en el templo de Deméter y Perséfone para juzgar a Eurípides, a quien acusan de haberlas infamado y calumniado continuamente en sus tragedias.
Si no tiene sentido aceptar que las mujeres atenienses pudieran realizar tal asamblea y juicio en uno de los días de la fiesta dedicada a las diosas Tesmóforas, y por tanto, de entrada resultaría original como tema, e hilarante para la audiencia, no hay por qué descartar que la intervención de Mnesíloco, suegro de Eurípides, que se ha disfrazado haciéndose pasar por una mujer para defender a su yerno, tenga ciertos visos de verdad:
“Por qué le acusamos de este modo, calentándonos la bilis, por haber divulgado dos o tres de nuestros defectos, cuando los tenemos por millares? Yo misma,…los tengo en gran número…Os voy a decir el mayor de todos: Llevaba tres días de casada y mi marido dormía a mi lado, pero yo tenía un amante, el cual había robado mi flor a la edad de siete años. Seguía enamorado de mí, y vino a arañar a mi puerta. Le oí en seguida, y sabiendo que era él, salté fuera de la cama. Mi marido me preguntaba “¿a dónde vas?” “¿yo? Tengo un fuerte dolor de vientre, un terrible cólico. Ya vuelvo”. “Ve pues.” Mientras él quedábase majando semillas de cedro, hinojo y salvia, yo eché agua a los goznes y corrí al encuentro de mi amante….”
“Eurípides nunca dijo esto, ni ha dicho que, a falta de algo mejor, nos entregamos a los esclavos o a los muleteros; ni tampoco que, después de pasar una noche libertina, mascamos ajo por la mañana para que el marido, a su regreso del puesto de vigilancia en las murallas, no sospeche de nosotras…”
“Cuántas cosas hay de las que nunca habló. Como por ejemplo esa mujer, que despliega su largo manto para que el marido lo admire a la luz, y durante ese tiempo el amante escondido puede escurrirse y escapar. ¿Ha dicho algo sobre eso? Conozco otra que durante diez días pretendió sentir los dolores del parto, hasta que alguien pudo comprarle un niño…”
En esta línea de comportamiento estaría la mujer de Eufileto, quien no parece precisamente una víctima de Eratóstenes, sino que más bien parece que ha participado activamente en la infidelidad, al menos según la declaración del propio Eufileto, aprovechando sus ausencias , e incluso atreviéndose también a estar con el amante el día en que Eufileto regresó de improviso del campo, dejándolo encerrado en la habitación. ¡Pobrecito!
Fuentes:
-Aristófanes, “Las Tesmoforiantes”, en Comedias Completas II. Trad. de Juan Bautista Xuriguera. Barcelona: Iberia, 1976.
Bibliografía:
-Sara B. Pomeroy; Diosas, Rameras, Esposas y Esclavas. Mujeres en la Antigüedad Clásica. Trad. Ricardo Lezcano.Madrid: AKAL Universitaria,1980
-Eva Cantarella, La calamidad ambigua. Trad. Andrés Pociña. Madrid: Ediciones Clásicas, 1996.
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Imagen:
*Venus púdica. British Museum
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